Antes de contar esta historia —de dolor y esperanza— deben saber que ese viernes fui a la presentación del poemario “Desacuerdo con el Universo” de Ariadna del Mar, conocida así como poeta. Fue en la Casa de la Literatura Peruana, Centro Histórico de Lima. Conocí a Ariadna cuando aún era Erika Chávez, estudiante de Periodismo Audiovisual; alegre, amable, delgada y la de más altas calificaciones en la promo. No era de quedarse callada, sus ganas por aprender la llenaban de ímpetu muy positivo para el resto del aula.


Ese viernes, yendo a la presentación, me pregunté ¿Por qué Ariadna estaría en desacuerdo con el universo, qué le podría haber hecho este jodido mundo a mi estimada amiga? De pronto, el sicótico y sudoroso conductor de la vieja cúster en que yo viajaba competía por pasajeros. Por adelantar a un micro y no chocar contra otro, hizo que frenara abruptamente en plena torsión de la cúster hacia la izquierda. Todos, parados y sentados, nos golpeamos entre nosotros o contra los duros asientos de plástico. Yo estaba parado y por sujetarme del pasamano me doblé la muñeca ¡cómo duele carajo! Parecíamos carneros dentro de un hediondo camión que con el actual y ¡terrible calor en Lima! era un infierno con fluidos burbujeando. Lanzamos fuertes balidos quejándonos ante la brutalidad.


Sin embargo, el orate y su cobrador color monóxido de carbono, frescos y dominados por la ‘cultura combi’ siguieron a alta velocidad, zigzagueando, gritando, frenando y expeliendo contaminación aérea, sonora y moral. Tenía que llegar a la presentación del libro y el tiempo se me acababa, debía aguantarme esa suerte de, mejor dicho, falta de suerte. Pero el destino no amenguó, vi por la ventana y estábamos a la altura de donde era la Plaza Víctor Raúl Haya de la Torre, digo era plaza porque —gracias al alcalde Castañeda y su Bypass que ha empeorado el tránsito— no sé en qué acabará. Estaba atrapado entre el Apra y Castañeda ¡Dios por qué me has abandonado!


El tránsito pesado obligó ir despacio, eso perjudicó más a mi muñeca porque en cada espacio vacío que el orate veía, a la izquierda, a la derecha o al frente, hacía saltar la cúster para avanzar. Adolorido leí en el periódico de un pasajero la portada del viernes “Lluvias en el norte, huaicos en Lima y sequía en Arequipa”; respiro, volteo la cabeza y en otro periódico “Operación Impunidad-Embisten contra fiscalía y la amenazan para que no investiguen los negocios de Odebrecht con la dictadura de los 90”; se me entrecortó la respiración. Miré mi Hildebrandt en Sus Trece “Una vergüenza, Metiéndonos el dedo (PPK y aeropuerto de Chinchero-Cusco)”. Cerré los ojos y escuché “han descubierto que Alejandro Toledo recibió 20 millones de coima de Odebrecht”… ¿Qué estaba pasando con Perú? —me pregunté. Cambió el semáforo a verde, pista libre, y el orate arrancó más loco que la anterior vez. ¡No aguanté más! Con los pelos del pecho parados me le acerqué, le recordé su vida y exigí que me devolvieran el pasaje, yo no merecía viajar así. La espuma en mi boca logró que el cobrador me regresara mi dinero. La hora seguía pasando.


Bajé en la Vía Expresa con 28 de Julio, recién cambió el semáforo a verde, entonces rápido trepé a la Cúster de atrás de la del orate; no obstante mi agilidad fue en vano, este chofer ¡estaba chantado! (quedarse el mayor tiempo detenido e ir lo más despacio posible para que suban pasajeros). Se quedó parado en luz verde. Hacía una finta y avanzaba 5 centímetros. Arrancaba y el maldito iba a 20 de velocidad. Persona que veía parada a mitad, a cuarto o a tres cuartos de cuadra, sobreparaba sin ser llamado. Era el antagónico del orate. La hora seguía pasando.


Mi paciencia llegó hasta la avenida Manco Cápac. Ésta tenía el tránsito atorado, diez minutos y no nos movíamos. Bajé y corriendo me alejé de esa avenida hasta una paralela. Paré seis taxis, cuatro no quisieron entrar al Centro Histórico (mucho tráfico decían); el quinto calculó S/. 20 su carrera ¡me has visto cara de gringo…! indignado le gruñí; al sexto –rogando- lo convencí por S/. 11. El Tico pasó entre los carros disfrazado de moto, dio mil vueltas, cruzamos descampados, acequias, lugares que desconocía de su existencia, pero llegamos. Me dejó a cuadra y media del local, por estar cerca al Palacio de Gobierno, la calle está cerrada para los mortales.


Caminando presuroso, después de la terrible experiencia que acababa de pasar, especulé ¡Qué buen título para el libro! “Desacuerdo con el Universo”. Creía tener la respuesta de por qué ese nombre, pero no acerté. Ya había empezado la presentación, el poeta Luis Alfonso Cruz y José Montero, también poeta y dueño de la editorial Gato Viejo, estaban analizando la escritura de mi amiga. Pero cuando escuché a Ariadna —acariciar las palabras con su voz— allí entendí que ese universo suyo era del amor.


Es fácil escribir sobre el amor y caer en lugares comunes o llegar a una insufrible cursilería; Ariadna no sufre de ninguno de esos problemas. Ella tiene la virtud de meterte, al instante y con propio estilo, dentro de sus palabras que interconectadas o sueltas aman y juegan con la propia autora y con el lector. Es una fiesta del juicio de ida y vuelta y de ternura. Puede invitarte a salir, puede morderte los labios, puede ir de frente al grano sin cortapisas, puede amarte en un cepillo de dientes, puede hacerte creer que eres hombre y terminas siendo mujer o viceversa,… La poesía puede ser un arma y son pocos los que saben usarla.


Leyendo su poemario subí al micro de regreso a casa. Tomé asiento y seguí comiéndome su libro, pelándolo como a una fruta, hoja por hoja, hasta llegar al corazón. No puedo decir si el chofer manejó rápido o chantado, no sé si gritaban o frenaban en seco, no sé si Alan, Castañeda, Toledo o Fujimori apestaban la ruta. La bala de las palabras de Ariadna mató la mala experiencia en mi viaje de ida. Dio en el blanco. Estoy de acuerdo con su universo.


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El libro pronto podrán conseguirlo en distintos puntos de venta. Por el momento pueden conocerlo y leer algo de ella en su página del Facebook: Ariadna del Mar